«El Doctor P. Era un músico distinguido, había sido famoso como cantante, y
luego había pasado a ser profesor de la Escuela de Música local. Fue en ella,
en relación con sus alumnos, donde empezaron a producirse ciertos extraños problemas.
A veces un estudiante se presentaba al Doctor P. Y el Doctor P. no lo
reconocía; o, mejor, no identificaba su cara. En cuanto el estudiante hablaba,
lo reconocía por la voz. Estos incidentes se multiplicaron, provocando situaciones embarazosas, perplejidad, miedo...
y, a veces, situaciones cómicas.
Porque el Doctor P. no sólo fracasaba cada vez más en la tarea de
identificar caras, sino que veía caras donde no las había: podía ponerse,
afablemente, a lo Magoo, a dar palmaditas en la cabeza a las bocas de incendios
y a los parquímetros, creyéndolos cabezas de niños; podía dirigirse
cordialmente a las prominencias talladas del mobiliario y quedarse asombrado de
que no contestasen. Al principio todos se habían tomado estos extraños errores
como gracias o bromas, incluido el propio Doctor P. ¿Acaso no había tenido
siempre un sentido del humor un poco
raro y cierta tendencia a bromas y paradojas? Sus facultades musicales seguían
siendo tan asombrosas como siempre; no se sentía mal... nunca en su vida se
había sentido mejor; y los errores eran
tan ridículos (y tan ingeniosos) que difícilmente podían considerarse serios o
presagios de algo serio. La idea de que hubiese "algo raro" no afloró
hasta unos tres años después, cuando se le diagnosticó diabetes. Sabiendo muy
bien que la diabetes le podía afectar a la vista, el doctor P. consultó a un
oftalmólogo, que le hizo un cuidadoso historial clínico y un meticuloso examen
de los ojos. "No tiene usted nada en la vista", le dijo. "Pero
tiene usted problemas en las zonas visuales del cerebro. Yo no puedo ayudarle,
ha de ver usted a un neurólogo". Y así, como consecuencia de este consejo,
el Doctor P. acudió a mí.»
"-¿Qué es esto? -pregunté, enseñándole un guante.
-¿Puedo examinarlo? -preguntó y, cogiéndolo, pasó a examinarlo lo mismo que había examinado las formas geométricas
Una superficie continua - proclamó al fin - plegada sobre sí misma. Parece que tiene -vaciló- cinco bolsitas que sobresalen, si es que se las puede llamar así.
-Sí, bien -dije cautamente-. Me ha hecho usted una descripción. Ahora dígame qué es
-¿Algún tipo de recipiente?
-Sí -dije- ¿y qué contendría?
-¡Contendría su contenido! -dijo el Doctor P. Con una carcajada-. Hay muchas posibilidades. Podría ser un monedero, por ejemplo, para monedas de cinco tamaños. Podría...
Interrumpí aquel flujo descabellado.
-¿No le resulta familiar? ¿Cree que podría contener, que podría cubrir, una parte del cuerpo? No afloró a su rostro la menor señal de reconocimiento"
(O. Sacks.
El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Muchnik Editores.
Barcelona, págs. 27-28).